Le dijeron que en lo más profundo del bosque había un ser con el que pocos se han encontrado, un ser que conocía la respuesta a todas las preguntas. Que no existía dilema que no pudiera responder.
El joven, sin comer y sin beber ni dormir, se adentró por un camino que le resultaba familiar.
Anduvo durante largo tiempo con el fuego de su antorcha como único compañero, y cuando llegó donde el camino termina…el fuego se apagó. Aquel chico se quedó quieto, inmóvil, no veía nada, no tenía miedo. Sabía que tenía que esperar y así lo hizo, fue entonces cuando vio un punto de luz, muy pequeño, minúsculo, fijo entre la maleza.
Comenzó a caminar hacia ese brillo sin saber dónde pisaba. A medida que iba acercándose, esa luz crecía y crecía, el joven llegó hasta ella. Era una cueva en la que ardía una hoguera, y al pie del fuego estaba sentado el ser del que le habían hablado. El joven se acercó y aquella silueta giró la cabeza para mirarle de frente y dijo:
– Sé a que vienes, vienes a preguntar.
– Me han dicho que tú conoces la respuesta a todas las preguntas.
Contesto el joven.
– Si, así es, preguntame lo que desees saber. Cualquier incógnita referente a cualquier universo y obtendrás tu respuesta. Replicó aquella inteligencia.
Él chico le miró fijamente a los ojos unos segundos, se paró el tiempo, no se escuchaba nada, solo el silencio sabía lo que le iba a decir, y sin pestañear, suave y firmemente, le preguntó:
– Ella…¿me ama?
